Una lectura de la violencia sexista como violencia estructural

Griselda Gutiérrez Castañeda1




Como el título anuncia el análisis de la violencia sexista que aquí me propongo, busca centrar la atención en la lectura de uno de los diversos factores que se entreveran e inciden en la ocurrencia de este tipo de violencia, a saber, la violencia estructural. El destacar algunos aspectos de la dimensión estructural en la institución de lo social es ajeno a un objetivismo o a un determinismo extrínseco desde el cual se pretendiese explicar las conductas individuales y las relaciones intersubjetivas. Su focalización más bien se inserta en una concepción de la institución de lo social como construcción significativa de carácter práctico-discursiva, en cuyo proceso la construcción de referentes de sentido como la diferencia sexual juega el papel de significante primario, conforme al cual se generan patrones no sólo de percepción, representación y apreciación del cuerpo y la identidad subjetiva, sino también equivalencias que hacen las veces de ejes de interpretación e interacción con el mundo material y social 2; en otras palabras, ejes de orientación, de intelección del entorno, de simbolización y de adaptación al mismo. Significante primario que además genera ejes reguladores que pautan las más diversas formas de interacción social, que posibilitan la estabilización de las prácticas y su configuración como formas institucionalizadas. Esas formas institucionalizadas en su materialidad estructuran regulaciones y prácticas con las que se afianzan la continuidad, estabilidad y legitimidad de esos referentes significativos y ordenadores.

Así pues, centrar la atención en el papel de la violencia estructural tiene el propósito de indagar de qué manera los cambios epocales que hoy se enfrentan en el plano societal, institucional y estructural reproducen y/o reconfiguran un orden simbólica y prácticamente articulado por las diferencias sexo-genéricas, y las formas de desigualdad y violencia que le son concomitantes; e indagar, en particular, en qué sentido esos cambios en la funcionalidad y eficacia de las instituciones, y de los mecanismos que típicamente han afianzado ese orden, están a la base del repunte de la problemática de la violencia sexista. Cabe aclarar que no me propongo un análisis empírico propiamente dicho de estos cambios sociológicos e institucionales, sino una reflexión que basada en la observación de algunos de esos cambios epocales, permita pensar en su papel en la persistencia de la violencia estructural y el repunte de la violencia sexista. Y, en alguna medida avanzar en una diferenciación, respecto a cómo esos cambios inciden de manera diferencial en la ocurrencia y funcionalidad de la violencia sexista.


1Profesora-investigadora Colegio de Filosofía, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.

2 Tesis que queda convalidada por las investigaciones etnográficas y antropológicas desde un Maus, un Levi-Strauss, entre otros, y de Bourdieu al que se recurre en distintos momentos en este texto.


Para un primer acercamiento a nuestra problemática, parto de los datos que consignan los registros oficiales. De acuerdo con parámetros internacionales (OMS) México supera el número promedio de muertes por homicidio en el mundo, según informes oficiales de 2019 se registraron 34588 decesos intencionales, de 2015 a 2019 la tasa de víctimas de homicidio y feminicidio se duplicó, ello sin considerar otras formas de bajas humanas mediante el secuestro, la desaparición, la tortura, las violaciones. Resulta significativo que entre esas distintas formas de bajas humanas los costos corren prácticamente a la par entre los grupos que están inmersos en prácticas delictivas que entre los integrantes de la sociedad civil.3

En las instancias oficiales, en los canales mediáticos y en la opinión pública lo que suele captar mayor atención son los delitos y las formas de violencia de alto impacto, en contraste con otras formas de violencia como la discriminación, la violencia física, la sexual, la económica y la psicológica que hacen mella en la vida de las mujeres, pero también en los infantes, ancianos, grupos étnicos, grupos de la diversidad sexual o en personas con alguna discapacidad.

Ante tal situación habría que preguntarse sobre cuáles son las pautas sociales y culturales que explican que se le conceda poca atención o relevancia a estos fenómenos, especialmente si se consideran dos aspectos que destacan en los registros oficiales, primeramente, la violencia contra las mujeres es un patrón generalizado que queda plasmado en cifras abrumadoras -aunque las mismas están lejos de consignar la totalidad de los casos-, como el que 66 de cada 100 mujeres han experimentado al menos una vez en su vida algún tipo de violencia4; un patrón que da cuenta de la reiterada ocurrencia, pero también de cómo se traslapan distintos tipos de violencia en los diferentes campos de acción públicos y privados y tipos de relaciones sociales. Y, segundo aspecto, que los hechos de violencia ocurren en todos los estados de la federación -que pese a algunas diferencias numéricas-, en todos las cifras son por encima del 50%.


3Cfr. Informe Bourbaki: El costo humano de la guerra por la construcción del monopolio del narcotráfico. http://nomequieromorirenpolakas.wordpress.com/2011/10/02/361/.
Cabe puntualizar que las cifras van a la alza, por lo cual se incorpora información actualizada.

4Los datos son tomados del INEGI Estadística a propósito del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer http://www.inegi.org.mx/saladeprensa/aproposito/2019/violencia2019_0.pdf


El sentido de este registro queda palmariamente reflejado en lo concerniente a la forma extrema de violencia como el feminicidio, que pese a la promulgación desde 2007 de la Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, ha seguido creciendo en un promedio de 137% en los últimos cinco años. Frente a lo cual cabe resaltar la inoperancia y particularmente la resistencia de parte de instancias oficiales para investigar como feminicidios, el asesinato de un promedio de 10 homicidios de mujeres que ocurrieron diariamente conforme al registro de 2018.5

Las condiciones de violencia generalizada y de inseguridad prevalecientes en México, parecen marcar un patrón de crecimiento que lleva a algunos especialistas a analizar las distintas formas de violencia como una “epidemia social”; a la par de las metodologías empleadas en el sector salud para detectar su ocurrencia y sus patrones de propagación, en el plano social es insoslayable atender a los factores de carácter estructural que favorecen o inhiben la propagación de la epidemia, así como los patrones de contagio.6 Si bien estos análisis apelan a dichos métodos para dar cuenta del fracaso de las políticas oficiales de combate frontal a las bandas de narcotraficantes -y cuestionar el recurso de sacar al ejército a las calles, al no incluír en sus cálculos la dispersión de la violencia en distintos puntos geográficos del territorio, ni generar mecanismos para controlar su múltiplicación, ni la intrincada trama de modalidades delincuenciales con los costos en seguridad que viene enfrentando la población en su conjunto-; por nuestra parte, podríamos retener la noción de epidemia social de violencia para pensar no sólo el contexto de desarreglo social que hoy reina en el país producto de políticas erradas, sino también para indagar en qué sentido contribuye al repunte de las cifras de violencia sexista, entre otras formas de violencia. Así como analizar, más allá de contextos o tendencias coyunturales, cuáles son los factores estructurales que explican la existencia de este tipo de violencia y le dan su especificidad, cómo se entreveran ésta con otras formas de violencia, y cuáles factores favorecen su expresión reiterada y creciente.


5De acuerdo a la estadística de 2019 del INEGI las cifras muestran un repunte significativo, en el periodo de 2016 a 2018 en promedio, diariamente se registra la muerte de ocho mujeres en 2016, nueve en 2017 y 10 en 2018.
Y con base en datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, referidos en la conferencia del 11 de febrero por el Procurador de la Federación Gertz Manero, el aumento de feminicidio en los últimos cinco años fue de 137%, cuatro veces más que el homicidio que se incrementó el 35% en el mismo periodo. La Jornada, lunes 11 de febrero 2020.

6Cfr. Guerrero, Eduardo “Epidemia de violencia” en Revista Nexos, 1 julio (2012), México.


Que la ocurrencia de la violencia sexista sea un patrón generalizado que a lo largo del tiempo se repite, y queda respaldado en altas cifras, bastaría para justificar que su comprensión desborda el plano de las relaciones interpersonales y, que al margen de que su juridización mantenga como eje para tipificarle y sancionarle el carácter deliberado de las acciones del agresor, la posibilidad de diseñar estrategias de intervención que desestimulen tales formas de violencia, y remedien el daño inferido a las víctimas y al orden social en su conjunto, implica para su comprensión identificar e incorporar aquellas variables que de manera recurrente inciden en tales manifestaciones.

Articulación de la violencia simbólica y la violencia estructural.

Con el fin de hacernos cargo de las preguntas anteriores es fundamental que el análisis trascienda las formas de violencia directa consistentes en acciones dañinas contra otras/os, ejercidas por, y/o atribuibles a individuos o grupos identificables, y en su lugar apoyarse en la noción de violencia estructural; para cuya interpretación rescato algunas vetas relevantes para nuestra problemática de la acepción propuesta por Galtung, quien la concibe como resultante de las formas en que se construye la estructura de la sociedad, en la que se pueden integrar distintas formas de violencia -miseria, alienación, represión-, las cuales a través de mediaciones institucionales crean condiciones que estimulan formas de violencia en que se articulan distintas modalidades. Entre los aspectos relevantes a destacar, para mis propósitos, está el que es un entramado de violencias que se caracteriza como tal por el daño que genera a nivel individual y social, y no porque sea suceptible de determinarse o atribuir como causa la intencionalidad de algún agente, o, a su vez, porque sea identificable el aspecto que a manera de punto de partida origine el daño o el obstáculo para la satisfacción de necesidades que hagan posible la realización humana. A lo cual hay que sumar, como apunta Galtung, que la violencia estructural tendencialmente suele estar a la base de muchas de las expresiones de violencia directa.7

Los tipos de violencia que estructuran a las sociedades que limitan o privan del acceso a recursos materiales y/o socio culturales indispensables para la sobrevivencia, o para el desarrollo humano, así como la privación de libertades, si bien pueden expresarse en formas tangibles o identificables, y ser producto de determinadas formas de organización socio-económica y socio-política, no se explican a cabalidad como mera resultante de la escasez de recursos o de las políticas distributivas, ni de las regulaciones derivadas para ampliar o restringir libertades a unos u otros sectores sociales; son tipos de violencia que se entreveran y responden a mecanismos y codificaciones que al parecer son de raíz más profunda y no son fácilmente detectables, porque subyacen a la propia construcción de significado, porque son resortes naturalizados que estructuran las prácticas sociales, y codifican las formas de sanción de las mismas conductas.

En efecto, son las codificaciones de un orden simbólico las que están a la base de la organización de la vida colectiva, que hacen posible la institución de lo social como una construcción de sentido que pauta los referentes de inteligibilidad, las estructuras valorativas, y la clasificación y ordenamiento de las conductas; referentes conforme a los cuales se diseñan formas institucionales, dispositivos para la constitución del cuerpo y de la subjetividad, y dispositivos para vehiculizar valores y aspiraciones. Entre esos mecanismos y codificaciones el sistema sexo/género tiene un papel señalado y de ninguna manera residual8, y es una de las vías de configuración de la violencia simbólica afianzada por la violencia estructural, la primera es un tipo de violencia que podemos interpretar conforme a la conceptualización desarrollada por Bourdieu


…la violencia simbólica, violencia amortiguada, insensible, e invisible para sus propias víctimas, que se ejerce esencialmente a través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del conocimiento o, más exactamente, del desconocimiento, del reconocimiento o, en último término, del sentimiento… [que da lugar a una] sumisión paradójica…la lógica de la dominación ejercida en nombre de un principio simbólico conocido y admitido tanto por el dominador como por el dominado, un idioma (o una manera de modularlo), un estilo de vida (o una manera de pensar, de hablar o de comportarse) y, más habitualmente, una característica distintiva, emblema o estigma, cuya mayor eficacia simbólica es la característica corporal absolutamente arbitraria e imprevisible…9


7Cfr. Galtung, John Violence, Peace and Peace Researche. (Copenahagen: Christian Ejlers, , 1975).

8Por sistema sexo-género se entiende que las diferencias sexuales son algo más que un mero dato anatómico: son formas de simbolización inconsciente que establecen pautas para la constitución de la identidad sexual, y se entrecruzan y refuerzan con la simbólica de género que configura los papeles de género, los cuales son articulados y reforzados en el nivel de la familia, del derecho, de la política, de la escuela, de la economía, de acuerdo con las diversas formas culturales. En su conjunto y en forma sobredeterminada, esas diferencias crean un efecto sistemático de “división” sexual, en el que las mujeres en la multiplicidad de su prácticas están sistemáticamente subordinadas a los hombres.

En tal sentido, coincido con las palabras de Segato “…lejos de ser residual, minoritaria y marginal la cuestión de género es la piedra angular y eje de gravedad de todos los poderes.” Ver, Segato, Rita Laura (c) La guerra contra las mujeres. (Madrid: Traficantes de sueños, 2016), 15.

9Bourdieu, Pierre La dominación masculina. (Barcelona: Anagrama, 2000), 12.


Entre los análisis teóricos desarrollados sobre el sistema sexo-género, Joan Scott argumenta cómo el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales, en tanto la lógica diferenciadora que sustenta las formaciones semiolingüísticas y la construcción de significados, “…tiene en la diferencia sexual una forma primaria de diferenciación significativa. Por tanto, el género facilita un modo de decodificar el significado y de comprender las complejas conexiones entre varias formas de interacción humana”.10

Pero este carácter primario del género en la construcción y decodificación que opera conforme a una lógica de diferenciación además de producir efectos en el plano del sentido, los produce en las relaciones de poder, al respecto Scott plantea
…el género es una forma primaria de relaciones significantes de poder [en otras palabras] … es el campo primario dentro del cual o por medio del cual se articula el poder. No es el género el único campo, pero parece haber sido una forma persistente y recurrente de facilitar la significación del poder en [ciertas] tradiciones…11


10Scott, Joan “El género: una categoría útil para el análisis histórico” en Marta Lamas (Compiladora) El Género: La construcción cultural de la diferencia sexual. México: PUEG-UNAM/ M.Á. Porrúa, 1996), 294

11Scott “El género…, 292.


En la perspectiva de la construcción y dinámica de la estructura social las formulaciones de Scott, que suscribo, me permiten evocar algunos aspectos de la noción de estructura desarrollada por Giddens que considero productivos para mis propósitos, ya que se podría sostener que los dos elementos característicos del género anteriormente referidos, operan a la manera de “principios estructurantes” que –en la terminologia de Giddens- pueden “constreñir” y “habilitar” a los agentes sociales, porque de suyo operan como reglas y como principios de la estructura social. En efecto, la diferencia sexual tiene tanto una dimensión significativa como práctica, ya que viene a formar parte de las reglas en calidad de códigos de significación y de elementos normativos, y contribuye a moldear los recursos en tanto recursos de autoridad y de control de recursos de asignación, con cuya base se producen y reproducen prácticas, cuya extensión espacio-temporal, como argumenta Giddens, da lugar a la estabilización de relaciones sociales y formas institucionalizadas, pero bajo el presupuesto de que esa continuidad y sedimentación es posible y funcional, porque conlleva que ciertas propiedades o principios estructurales operen como formas de dominación y de poder que hacen posible la reproducción de totalidades societarias.12

A este respecto, como quedó consignado anteriormente, lo que me interesa sustentar es que la violencia simbólica que tiene como plataforma la lógica diferenciadora del sistema sexo-género, que codifica las construcciones significativas, los criterios de distinción y valoración, y que articula en forma primaria las relaciones de poder, tiene un cariz simbólico-discursivo, práctico-discursivo, porque tales configuraciones construyen la vida social institucionalizada, y orientan la dimensión práctica que conllevan; de manera que la función de principios estructurantes de los ordenamientos sociales se plasma como una matriz por la que se pautan las formas de violencia estructural, en conjunción con aquellas regulaciones provenientes de determinadas formas de organización socio-económica y socio-política.

En lo que concierne a esas reglas, en tanto códigos de significación, como puede ser la construcción de orden, es importante destacar que el significante orden no es concebible sin la determinación de límites13, y los referentes diferenciadores de género en su contingencia y arbitrariedad, hacen del significante femenino la condensación del límite –como lo otro de la normalidad, de la continuidad y del orden mismo-, límite que funge en su negatividad como sede y soporte de la articulación de formas de valoración, de jerarquización, de exclusión, que ha de ser normado, controlado, como la garantía de la persistencia del orden, para lo cual el recurso por excelencia es la dominación; la eficacia del poder para estos fines no sólo reside en la disposición de recursos de autoridad y asignación, sino en la dinámica de ritualización y simbolización que refuerza la fijación de ciertas formas de percepción, de escalas valorativas y pautas comportamentales, y garantiza la asimilación de las reglas tanto por parte de los dominados como de los dominadores.


12 Cfr. Giddens, Anthony La constitución de la sociedad. Bases para la teoría de estructuración. (Argentina: Amorrortu, 1995), 34, 56

13 Partimos de la dimensión simbólico-discursiva de lo social, en la que la dimensión significativa de lo social se configura con base en una lógica relacional y diferencial, vale decir, todo significado se construye a través del contraste con su opuesto, toda definición positiva supone la negación o represión de aquello que es antitético. Si bien, es una lógica relacional que está abierta a interpretaciones y resignificaciones.


Una elaboración clarificadora de la función que cumplen estos referentes diferenciadores de género en la economía simbólica de las sociedades, y del papel específico del significante femenino, es la desarrollada por Segato al dar cuenta del sistema de estatus14, cuya lógica permea a las organizaciones sociales de comunidades tradicionales, pero persiste y se infiltra en las formas de organización moderno-contemporáneas regidas por un sistema de contrato. La lógica del sistema de estatus está asociada a estructuras sociales jerárquicas, en la que recursos de autoridad, de prestigio, de propiedad y de poder, están distribuidos de manera diferencial y asimétrica, dichas diferencias son irreductibles y quedan afianzadas por los patrones de la moralidad. Esa lógica de estatus está plasmada en el orden asimétrico de los géneros, en la que una atribución desigual de estima de lo femenino, dada su significación como sede del límite, da lugar a que el control que ejercen las comunidades sobre las mujeres y sobre el cuerpo femenino, sea la vía mediante la que “inscribe(n) su marca de cohesión”, como lo analiza Segato, la moralidad y la unidad del grupo se juega en esa forma de control, de manera que “Hay un equilibrio y una proporcionalidad entre la dignidad, la consistencia y la fuerza del grupo y la subordinación femenina”.15

Por ello cualquier indicio que cuestione o inestabilice un orden naturalizado, que se pretende fijo e incuestionable, atribuible o no a la conducta de las mujeres, les convierte en blanco de prácticas de control y sometimiento más intensas, cuyo nivel de violencia puede ir en proporción a la amenaza, supuesta o real, que se enfrenta. Lo que resalta en estas formas ordenadoras es que la asignación cultural de roles, de prácticas segregadas y de codificaciones devaluatorias no sólo se afianzan a través de la violencia simbólica y estructural que esos sistemas ordenadores conllevan, sino que contribuyen a propiciar y legitimar distintas formas de agresión, y pueden estimular tipos de violencia de mayor radicalidad.


14 Además de las investigaciones en los campos de la etnografía y la antropología que han abundado en el contraste entre el sistema de estatus y el sistema de contrato, un trabajo paradigmático en el campo de la reflexión filosófica feminista es el de Pateman. Ver Pateman, Carol El contrato sexual. (Barcelona: Anthropos/Uam-Iztapalapa, 1995).

15 Segato, Rita Laura (a) “Las estructuras elementales de la violencia: Contrato y Status en la etiología de la violencia”, Brasilia. Serie Antropología, No. 334 (2003), 10.


Esa violencia que está inscripta en el propio sistema de género y que se articula y solidifica en estructuras sociales tradicionalistas, se recicla en sociedades modernas, precisamente la investigación de Segato se propone dar cuenta de la etología de la violencia de género16 en esa tensión del sistema de estatus y el sistema de contrato. En el entendido que la lógica del contrato opera conforme a criterios de racionalidad objetivados en leyes, garantes de condiciones igualitarias, no puede resultar más paradojal la persistencia de figuras jurídicas preñadas de criterios moralizantes, cuando de juzgar la violencia contra las mujeres se trata, como lo consigna la autora al analizar aquellas leyes que utilizan


la figura jurídica de atentado violento al pudor. Al optar por este foco en su acto de nominación, la ley revela, una vez más, velar por el patrimonio y la herencia familiar, que pasan a través del cuerpo femenino, y no por la persona de la mujer agredida. En consonancia la violación y el atentado violento al pudor son… crímenes contra las costumbres y no crímenes contra la persona. Se constata aquí, en el discurso legal, la condición de la mujer como status-objeto, status-instrumento del linaje y de la herencia, status-dependiente y vinculado a la honra masculina.17


Las formas de dominación que hacen posible la reproducción social conforme a la lógica del estatus, en lo que concierne a la economía del poder masculino se ejercen a través del “expurgo de la mujer”, de lo cual son testimonio prácticas de control sobre sus cuerpos, incluyendo la violación, que reditúan en la afirmación de superioridad y de prestigio del perpretador y en la reproducción de los códigos generizados que estructuran al orden social.

Segato en esta investigación en específico, realizada con base en los testimonios de hombres encarcelados por el delito de violación, está en condiciones de concluir esa función “moralizadora” conforme a la percepción de los perpetradores, vale decir, de disciplinar – por una vía tan torcida- a aquellas que con sus conductas desacatan la moral tradicional.


16 Conservo aquí el término “violencia de género” utilizado por la autora, el cual considero teóricamente justificado. Si bien me he inclinado por el uso del término “violencia sexista”, para evitar el regateo que doctos y no doctos de la lengua plantean sobre el uso “apropiado”, restringido, del término género en su acepción gramatical, y con el fin de acotar la atención sobre la violencia contra las mujeres y las/los portadores del significante femenino dentro de marcos socio culturales patriarcales y machistas, más allá de la violencia de género que abarca a los sectores de mujeres, de hombres y de la diversidad sexual.

17 Segato (a) “Las estructuras elementales…, 8


Sin embargo, si bien esa función moralizadora persiste como mecanismo que incita a la violencia, no es más que una de las fuentes desencadenadoras de ésta, por ello para aproximarnos a la comprensión de modalidades y grados de violencia sexista que hoy proliferan y cobran niveles alarmantes, necesitamos dirigir la atención hacia las diversas fuentes que la estimulan y las distintas funciones a que parece responder.

Cambios estructurales. Nuevos contextos sociales y funciones de la violencia sexista.

Frente a la transformación e incluso el trastocamiento de la “normalidad” institucional y los repertorios establecidos de la organización económica, social y cultural, es importante situar algunos ejes contextualizados que contribuyen a crear escenarios que propician condiciones distintas y generalmente adversas de inserción de los agentes sociales, los cuales desencadenan formas de desarreglo social.

A este respecto, con fines interpretativos -y sin pretensiones de exhaustividad explicativa- abordaré tres escenarios que se pueden leer como fuente de violencia sexista y que, estructuralmente hablando, explicarían su repunte.

Primer escenario.

Pensemos en los panoramas que de manera generalizada se montan a nivel mundial a consecuencia de dinámicas globalizadoras y políticas económicas neoliberales, que en el primer caso implica la instauración de tendencias de fragmentación social, de diversificación de fuentes de poder, de flexibilización de procedimientos organizativos y regulatorios, y de debilitamiento institucional, las cuales en conjunción con las políticas de ajuste estructural provocan la instrumentación de reformas legales altamente permisivas o la imposición de procedimientos de abierta ilegalidad. Conforme a estas políticas económicas de sello neoliberal, desde los marcos institucionales se aplican políticas de repliegue que dejan a las y los agentes sociales expuestos a la lógica del mercado, o les deja a la deriva ante la circunstancia de ser desplazadas/os o indocumentadas/os, con lo cual se encara el decaimiento de los niveles de bienestar, de reducción del rango y calidad de las oportunidades de inclusión, en los que la constante apunta a formas desventajosas que lindan con distintas variantes y grados de exclusión; como lo muestran la tendencia sistémica de desempleo, la proliferación de prácticas económicas de carácter informal como vía de sobrevivencia, o los flujos de desplazamiento interno y externo de masas de la población por motivos económicos, de violencia e inseguridad, y/o por conflictos bélicos.18

Consideremos las tendencias de acrecentamiento de desigualdad, de marginalización y de proliferación de prácticas económicas informales e incluso delincuenciales, vistas a la luz de las dinámicas de comunidades migratorias segregadas en guetos, como la de los puertorriqueños en el East Harlem en Nueva York -en las que factores como la dependencia colonial, el marcaje racial y la condición de pobreza, conllevan una inserción en espacios urbanos deprimidos y no controlados-; esas tendencias propician experiencias que pueden ser de gran interés por sí mismas para el análisis, pero también por los patrones actitudinales y valorativos, que en algún sentido son prototípicos para la problemática que nos ocupa. Al respecto, Philipe Bourgois realizó un estudio etnográfico muy revelador de las estrategias de sobrevivencia que poblaciones marginalizadas practican, cuando la escasez de alternativas plantea la venta de droga callejera como una salida. La investigación da cuenta de la formación de una cultura callejera, en la que la suma de desventajas históricas de la que esa población es portadora se deja sentir en toda su crudeza en la experiencia hostil de la migración en un contexto racializado y clasista, que se plasma en la vivencia de los cercos de marginalización, materializados en la baja calidad de las oportunidades en el mercado laboral, en los servicios educativos, de salud y vivienda.

Son varias las características que destacan en esa formación cultural, entre ellas los patrones de extrema violencia que van a la par con la economía clandestina, pero uno de los rasgos que pone de relieve esta investigación es que “en la cultura callejera parece que el rechazo de su marginación de los centros de poder estadounidense, lleva a construir una identidad que ofrece un sentido contestatario”19, el cual se plasma en prácticas que irrumpen contra los marcos de la legalidad, en actitudes agresivas y de brabuconería que violentan las formas de civilidad, y que buscan formas de afirmación disruptivas como salida a la frustración, al fracaso y a la vulnerabilidad.


18 Un mayor desarrollo de estas tendencias socio económicas y políticas, así como la capitalización de la construcción de género y sus derivas en la vida de las mujeres, se puede encontrar en Gutiérrez Castañeda, Griselda “Globalización” en Hortensia Moreno y Eva Alcántará (coordinadoras) Conceptos clave en los estudios de género. Vol. 1 (México: PUEG/UNAM, 2016) 171-186.

19 Cfr. Bourgois, Philippe En busca de respeto. Vendiendo crack en Harlem. Argentina: Siglo XXI, 2010), 302.


Esta condición de marginalidad experimentada como descolocación, como incertidumbre, a falta de oportunidades, por las condiciones de pobreza, y el ser blanco de distintas formas de violencia social e institucional, es una realidad que comparten tantos grupos poblacionales en el mundo y de manera señalada en Latinoamérica, que nos permite extrapolar algunas de las tesis planteadas en esta investigación, y que son respaldadas por tantos otros estudios en la región.

Es el caso, si se considera cómo estos contextos desfavorables condicionan cambios de estilos de vida, de socialización, y una redefinición de patrones culturales, los cuales se expresan en el recurso a trabajos segregados, a la interiorización del desempleo, al desarrollo de prácticas económicas informales en las que parece diluirse la frontera entre legalidad e ilegalidad, o abiertamente prácticas delincuenciales; cambios en las formas de socialización en las que se resquebrajan las tradicionales redes de solidaridad familiar, comunitaria, o clasista, y se agudizan formas de competencia descarnada, y con frecuencia se da paso, particularmente entre sectores de edad media y juvenil, como lo consigna Salama, a “solidaridades fragmentadas o rupturas, mantenidas por la pertenencia a pandillas callejeras y establecidas por el respeto a ciertos códigos.”20


Los hombres que se vinculan a través de estas formas de socialización parecen encontrar en éstas, vías de compensación que las formas típicas no les ofrecen (familia, escuela, trabajo), al provenir de familias desintegradas, ser desertores escolares, y carecer de un núcleo de socialización laboral, sus carencias que les plantearía exigencias y retos que les recrudece su falta de recursos y vulnerabilidad en estos distintos ámbitos, tienen en la participación en pandillas la ocasión de núcleos alternativos que les brinda sentido de pertenencia, la posibilidad de formarse una identidad alternativa, y una identidad colectiva. Son organizaciones que responden a códigos de lealtad, en las que se da una distribución jerárquica de roles, pautada por códigos de poder y violencia como base de la estrategia de sus relaciones.

En la investigación sobre los nuyorican –los hombres jóvenes puertoriqueños en East Harlem- en su papel de jefes de los hogares, se aprecia que los fracasos económicos y la marginación social en la sociedad postindustrial estadounidense, es experimentado como “un severo ataque a su sentido de dignidad masculina”, las desigualdades económicas, las jerarquías de poder impuestas son vividas como agravio, ante lo cual el patrón de reacción que da salida al enojo y la frustración son conductas violentas en una línea racista y sexista, como también en formas autodestructivas.21

La economía de emociones y los patrones actitudinales que se hacen manifiestos entre quienes padecen estas condiciones desfavorables, da cuenta de la modalidades en que un legado histórico y cultural de las formas de poder patriarcal, de prestigio y “respeto”, sobreviven en forma contradictoria en la cultura callejera en el East Harlem, al decir de Bourgois22, ya que como lo describe persiste en algún sentido la memoria del mérito personal conforme al poder patriarcal del respeto por el tamaño de la familia, la capacidad de mantenerla y el respeto que le infundía por parte de los integrantes del grupo familiar, pero que son formas inalcanzables en estos contextos.

Una de las maneras de aferrarse a un poder patriarcal vulnerado es afirmándolo de manera agresiva a través de la violencia doméstica y la violencia sexual, al interior de los vínculos de pareja reciclan el legado cultural de desigualdad entre los sexos, y con negligencia al no responsabilizarse ni aportar recursos para la manutención de los hijos y el hogar, así como, con formas de violencia misógina contra sus parejas; pero estas prácticas se recrudecen, tal como queda registrado en los canales mediáticos y como lo consigna el autor “La cultura callejera y la economía clandestina ofrecen foros alternativos donde los hombres son capaces de redefinir el sentido de dignidad por medio de la promiscuidad, la violencia compulsiva, y el amplio consumo de drogas.”23


20 Salama, Pierre “Informe sobre la violencia en América Latina”, Revista de Economía Institucional, vol. 10, núm. 18 (2008), 91.

21 Decodificar la exclusión social, económica y cultural como una experiencia de agravio a la virilidad, entra en la lógica del habitus, vale decir, la construcción de los cuerpos, las formas de percibir y las creencias conforme a estrategias simbólicas diferenciadoras, en la que la integridad masculina se condensa en la afirmación viril, la cual de manera sublimada hace de la sexualidad masculina pública y privada expresión de potencia, virilidad y honor. La afirmación viril integralmente asociada a una lógica agonística, cuya expresión se concibe como actos de dominación. Para un análisis prolijo de esta línea interpretativa del trabajo de construcción de la masculinidad, ver Bourdieu, La dominación

22 Bourgois con gran agudeza sitúa en la búsqueda de “respeto” el foco de su análisis, que da título a su investigación sobre los nuyorican, y en la que se condensan las formas reactivas ante contextos adversos, y las maneras en que se objetiva la experiencia subjetiva, que hace de ese significante una de las claves de sus intentos de afirmación exasperados y fallidos.

23 Bourgois, Philippe, En busca de…, 302


En este escenario es importante destacar tres cuestiones, primeramente, la violencia patriarcal no cumple una función moralizadora, en todo caso, hace las veces de síntoma del fracaso, de impotencia, un síntoma que no obstante busca afianzar la jerarquía del orden de género. Segundo, un machismo herido que impone en el ámbito callejero una radicalización de la violencia patriarcal conforme a los códigos del gueto y las pandillas, sometiendo a las mujeres a una violencia depredadora como la violación multitudinaria; es de destacar que en la dinámica del gueto, mujeres que han sido objeto de estas formas de agresión pueden acabar siendo pareja de uno de sus violadores, y verse insertas en el círculo de la violencia doméstica. Y, tercero, una afirmación de la “dignidad” masculina por vías distorsionadas.

A este respecto, habría confluencia con la perspectiva de Segato tanto en lo relativo a cómo las formas de vida precaria contemporáneas son las que bloquean el cumplimiento del mandato masculino, y les deja impotentes24, lo cual hace las veces de un disparador de conductas violentas; como también, en cuanto a la afirmación predatoria de los integrantes de la pandilla a través de la violación multitudinaria, que daría cuenta de la dimensión relacional y de interlocución que tiene efecto entre pares, escenificando la demostración de poder y violencia como expresión de su virilidad y como pacto de hermandad. 25

Resultan significativas las vías de afirmación de la subjetividad en condiciones por demás adversas, tal como queda registrado en los testimonios recogidos por Bourgois, las exigencias económicas -al decir de sus entrevistados- no son las únicas que impulsan a estos sectores a vender droga “Para ellos al igual que para la mayoría de los seres humanos, la búsqueda del sentido de dignidad y de realización personal es igual de importante que el sustento físico”. 26

De manera que podríamos afirmar que, a esas formas de confrontación con la sociedad y las instituciones subyace la búsqueda de respeto, que por lo demás deja de manifiesto dos connotaciones del término respeto, a saber, se busca “ser mirados con atención”27, ser considerados como iguales, de cara a la experiencia de la humillación y la exclusión. Pero es esa misma experiencia de una atribución desigual de estima resultante de la violencia estructural y simbólica, la que hace que en su condición de género, esta sea significada en términos de una virilidad vulnerada que procura cauces para imponerse, a la manera de poder predatorio, una vía mediante la que se hace valer el respeto en su sentido tradicionalista, conforme a criterios autoritarios y excluyentes, sometiendo a la contraparte.


24 Cfr. “Una falla del pensamiento feminista es pensar que la violencia de género es un problema de hombres y mujeres” Entrevista a Rita Laura Segato por Florencia Vizzi y Alejandra Ojeda Garnero www.nuevatribuna.es

25 Segato, Rita Laura (b) “¿Qué es un feminicidio?”, Brasilia, Serie Antropología, No. 401 (2006).

26 Bourgois En busca de… , 339.

27 “Respeto” en su sentido etimológico, “del latín respectare… literalmente ‘volver a mirar’… o ‘mirar con atención’, mirada atenta a quien aparece como relevante en un determinado contexto”, son connotaciones significativas referidas por Ma. Eugenia Díaz, Álvaro García, et al Respeto y cultura democrática en el Chile actual. (Chile:Estudio Genera, 2008), 9


Segundo escenario

Se podría considerar que conforme a las tendencias estructurales y societales que hoy priman en el mundo, uno de los efectos sociológicos es la despersonalización, entre otras razones por ser esa una de las premisas en que se sustenta la lógica eficientista e instrumentalista de la economía neoliberal, con lo cual aun en contextos en donde los grupos sociales no sean los más vulnerables y excluídos como se analizaba anteriormente, prevalece una experiencia generalizada de desventaja por la condición de exclusión o inclusión desfavorable que se padece, por la vivencia de ser prescindibles, lo cual tensa los umbrales de resistencia a la incertidumbre y a la frustración ante la falta de recursos y de reconocimiento.

Son condiciones que en su conjunto propician stress e irritación a nivel social que se plasman en climas de agresividad creciente y generalizada, y desconfianza en todos los planos de la vida social, condiciones que –al ser objeto de aquellas investigaciones sobre la transformación de la cuestión social en las sociedades actuales28- dan pauta, a mi juicio, para considerarlas como la base que contribuye a repuntar los registros de violencia sexista; conforme a los cuales según los reportes oficiales arrojan altas cifras de violencia contra las mujeres tanto en espacios privados como públicos. En el rubro de violencia doméstica, se consigna que en el 47% de los casos esta ocurre a manos de la pareja, y respecto a otras formas de violencia como la emocional, física, sexual, patrimonial, de discriminación laboral, 45% de los casos es ejercida por cuenta de familiares, conocidos, extraños, lo mismo en espacios como el escolar, el laboral, que en la calle.

En el caso de la violencia doméstica, hay estudios de campo que convalidan esa interpretación, de manera que ante los cambios de los roles de género en la dinámica de los hogares a consecuencia, entre otras razones, de la precarización económica, se observa que
…desde la teoría de inconsistencia de estatus, enmarcada en las teorías de la violencia familiar, se afirma que los miembros de la pareja que se ven amenazados por una ausencia de recursos, o porque perciben una inconsistencia entre su estatus en la pareja y las normas sociales, son más propensos a emplear la violencia.29

Lo cual permitiría interpretar que ante condiciones que agudizan una inclusión desfavorable, entre cuyos efectos se producen reajustes importantes en los roles sociales de género, la proliferación de la violencia sexista en todos los ámbitos, conforme a la tesis que sostuve anteriormente, más que ser expresión inequívoca del poder patriarcal, responde a manera de síntoma de fracaso, el ser una expresión de impotencia ante la experiencia de descolocación.

Tercer escenario

En lo que concierne a este tercer escenario apunto cómo este se bifurca en dos modalidades de funcionamiento de la violencia sexista.
Cabe destacar que el proponer la conveniencia de retener la noción de epidemia social de violencia para pensar tanto el contexto de desarreglo social prevaleciente en México, como para indagar en qué sentido dicha tendencia contribuye al repunte de las cifras de violencia de género, responde a la consideración de que aquellas dinámicas estructurales y societales de las que di cuenta, que han transformado los marcos institucionales, organizativos y sociales, son parte integral de dicha problemática. Con todo, no parecen ser razones bastantes, si pretendemos hacernos cargo de la siguiente interrogante, aquella en la que distintas voces se formulan la cuestión de ¿el por qué de la violencia exacerbada en México?, cuando es el caso que la mayoría de los países están inmersos en esas transformaciones estructurales, y otros tantos tienen incrustados en sus economías los negocios de la economía negra, y, sin embargo, no necesariamente encaran niveles de violencia equiparables.

Por ello es necesario pensar en las formas en que se articulan las tendencias contemporáneas con los viejos rezagos, como la pobreza endémica, los importantes niveles de exclusión socio-cultural y las tradiciones culturales de desapego a la legalidad y desconfianza a las instituciones, alimentadas por las prácticas venales de las autoridades. Tradiciones en las que los conflictos no se procesan por vías civilizadas ni por parte de los particulares ni de las autoridades que recurrentemente violan los procedimientos, los derechos y los derechos humanos de los gobernados, lo cual de suyo propicia salidas violentas.

Para pensar una de las modalidades de funcionamiento de la violencia sexista, es fundamental partir de las condiciones de globalización subordinada en que está inmerso México, que inciden de forma tal que las pretendidas oportunidades van de la mano con grandes desequilibrios en la distribución de recursos y riesgos, y provocan que se agudice la desigualdad y la pobreza endémica; las grandes interdependencias y las tendencias de flexibilidad y desregulación trastocan y debilitan los marcos institucionales, erosionando la de por sí fallida dinámica institucional.

La confluencia de estos factores con las tradiciones locales de ilegalidad e impunidad, por cuenta de las autoridades y de la propia sociedad, son condiciones que han contribuido a la proliferación de grupos de interés y grupos delincuenciales que hábilmente capitalizan las oportunidades que los nuevos escenarios les ofrecen, que retan a las autoridades e instituciones y lastiman a la sociedad; pero también en una proporción significativa son grupos que se nutren de las masas de expulsados del sistema social, y en una alta proporción son los jóvenes que desde la precariedad, la frustración y la exclusión, son reclutados e incrementan no sólo las filas de la economía subterránea, sino además las estadísticas de muerte violenta.

La propia fragmentación de amplios dominios de autoridad y el debilitamiento institucional invita a que prosperen conductas de desapego a las normas, al repunte de la impunidad y al acrecentamiento de la desconfianza y la inseguridad.

Tengamos en consideración que es la fortaleza de los referentes de autoridad institucionales y legales, lo que permite afianzar la asimetría que fortalece la función de autoridad, y la fuerza vinculante de las normas, de manera que, cuando el aparato institucional y quienes lo dirigen no sólo dan muestras de ambigüedad sino de pérdida de control, los efectos no pueden ser menos que contraproducentes, como bien lo plantea Zolo “…cuanto más aguda sea la percepción colectiva de la escasez de la mercancía ‘seguridad’, más conflictiva será la competencia entre los grupos, porque niveles más elevados de ‘miedo social’ tenderán a conducirse a niveles más elevados de agresividad.”30


28 Ver Gonzálo A. Saraví (editor) De la pobreza a la exclusión. Continuidades y rupturas de la cuestión social en América Latina. (Buenos Aires: CIESAS/Prometeo, 2007).

29 Casique, Irene “El complejo vínculo entre empoderamiento de la mujer y violencia de género” en Roberto Castro e Irene Casique (editores) Estudios sobre cultura, género y violencia contra las mujeres. (México: UNAM/CRIM, Morelos, 2008), 234.
Aunque la teoría de inconsistencia de estatus está basada en el manejo de recursos, articulada con una perspectiva de género puede resultar productiva; en principio desde el nivel de los individuos señala la falta de correspondencia entre configuraciones de estatus con relación a distintas subdimensiones de la estratificación social, de manera que las configuraciones emergentes que muestran una falta de correspondencia entre los recursos de que se dispone, la legitimidad de las aspiraciones y el cumplimiento de los objetivos, pueden tener una repercusión en el significado y el comportamiento.

30 Zolo, Danilo Democracia y complejidad. Un enfoque realista. (Buenos Aires: Nueva Visión, 1994), 63-64.


Sin duda uno de los factores de la crisis de la concentración y centralización del poder por parte del Estado mexicano se refleja en la disputa violenta de los grupos de interés y los grupos delincuenciales, frente a lo cual la constante son las erráticas estrategias de las fuerzas del orden, haciendo patente de manera reiterada su debilidad y dando puerta abierta a la violencia espectacular; el otro factor es que en muchos casos las autoridades y estos otros grupos son uno y lo mismo.

De ahí que no le falte razón a Sayak Valencia al caracterizar esta realidad como una forma de capitalismo gore, al dar cuenta de cómo se enquista un uso de la violencia que se convierte en una “práctica/herramienta mercantilizable”, cuando se observa su multiplicación en formas de expropiación de recursos, formas de extorsión, prácticas de sicariato, que va de la mano con una “subcultura” que naturaliza la violencia, que promueve un culto de ésta y la banaliza.31

Entre los muchos tipos de violencia extrema y víctimas de la misma, vemos de nueva cuenta cómo se expresan vías de afirmación de poder de carácter distópico, formas de violencia machista que cobran el carácter de violencia criminal a través de la apropiación y explotación de los cuerpos mediante la prostitución, la trata de personas y, en último término, del feminicidio. En el estudio específico del feminicidio en Ciudad Juárez realizado por Segato, la autora resalta dos elementos que están en juego en estos crímenes como son la dimensión de la expresividad y de la territorialidad, al mostrar cómo en la lógica patriarcal hay una equivalencia simbólica entre el cuerpo de la mujer y el territorio, de manera que en la competencia de facciones en esa zona fronteriza, se puede interpretar que

En esos cuerpos la corporación mafiosa comunica y refuerza su potencia y cohesión de grupo, la fidelidad de la red de personas que controla… y a la vez exhibe su dominio irrestricto y totalitario sobre la localidad, la región y la nación, visto que ésta no consigue intervenir de manera eficaz.32


31 Valencia, Sayak Capitalismo Gore. (España: Melusina, 2010).

32 Segato (b) “¿Qué es un feminicidio…, 7


Ciertamente el feminicidio en Ciudad Juárez es una problemática en la que han confluído la violencia machista y la violencia criminal, no como casos aislados sino que tiene un cariz sistémico, que se entreteje con la violencia institucional, porque las omisiones de las autoridades a todos los niveles, sus intervenciones equívocas y carentes de eficacia, no sólo no han procurado verdad ni justicia, sino que prohijan la recurrencia de estos delitos, y han generado niveles de impunidad desbordada con los que contribuyen a que se acrecienten, pero además al coludirse con prácticas para-legales los exacerban.

En suma, una modalidad en que el carácter depredador de la violencia machista no tiene por destino, libidinalmente hablando, la posesión del cuerpo y la vida de las mujeres, estos son meros “instrumentos simbólicos de la política masculina”33, ya como objetos mercantilizables mediante los que se obtienen recursos, pero sobre todo se comunica poder y, de manera destacada, la afirmación y exhibición de un poderío criminal que hegemoniza un territorio, y cuya simbolización se plasma en la disposición-dominio-destrucción del cuerpo femenino.

La segunda modalidad de funcionamiento de la violencia sexista requiere apuntar que la multiplicación de feminicidios que se ha extendido en prácticamente todo el territorio nacional, puede en algunos casos replicar ese patrón al estar detrás redes mafiosas, pero en muchos otros es la ausencia de las instancias oficiales uno de los factores decisivos en el repunte de ese delito, o las formas concomitantes, como las intervenciones erráticas y cómplices.

Las razones para afirmar lo anterior se sostienen en los análisis que dan cuenta de la crisis y debilitamiento de la capacidad reguladora de las formas jurídicas, de las funciones de autoridad y de la capacidad de control, cuyas repercusiones se pueden observar en la proliferación de prácticas antisociales que las instancias oficiales no regulan, no investigan y no sancionan, dando lugar a que la impunidad se configure como una tendencia sistémica; la cual contribuye a que en un entorno de suyo crispado e inseguro, se repitan conductas violentas por efecto de contagio, con la confianza de que no habrá castigo, lo mismo por parte de parejas sentimentales o de extraños que replican estas prácticas de violencia extrema. Impunidad sistémica que contribuye a configurar un escenario donde reina la atrocidad, donde el manejo mediático, el de la comunicación oficial y el de las redes sociales hacen su aporte al producir con su normalización, un efecto anestésico y/o de bloqueo en la sensibilidad social, que filtra eso que no se puede procesar porque aturde, o que comienza a volverse pauta social, en que se banaliza y bloquea una respuesta crítica y reflexiva.

Revertir la epidemia social de violencia, se antoja una tarea ardua, si no es que imposible, cuando se ha instalado y penetra prácticamente todos los ámbitos y prácticas sociales, y se ha visto seríamente desgarrado el tejido social, o al considerar que más allá de estrategias fallidas, hay efectos sociales a nivel mundial y local difíciles de paliar, cuando son producto de dinámicas sistémicas que parecen rebasar planes de intervención o voluntades políticas. Pero cuando constatamos que la violencia contra las mujeres es una constante que no cesa ni en períodos de crisis ni en períodos de “normalidad”, si bien se incrementa en ciertos contextos o coyunturas; una constante que al convertirles en blanco contra el que se descargan tendencias agresivas de manera desinhibida, conforme a patrones discriminatorios y “naturalizados”, y cuya “funcionalidad” lo mismo le reditua formas de afirmación al agresor, que a la reactualización de un orden asimétrico, bien valdría sopesar la productividad de la crítica deconstructiva en tanto la raíz de la violencia sexista reside en patrones culturales naturalizados y reforzados por estructuras y prácticas institucionalizadas. Una crítica encaminada a desarticular esos patrones culturales, a visibilizar y denunciar su ilegitimidad, a rechazar los discursos y las prácticas que hacen mella de manera sistemática y recurrente en la vida de las/los portadores del significante femenino.

Más exactamente, es la instrumentación de una estrategia deconstructiva que no sólo conlleva una tarea crítico-analítica, sino que requiere ir de la mano tanto del estudio, como de la desarticulación y tranformación de las funciones de las estructuras que social e institucionalmente les insuflan fuerza simbólica, al contribuir a su producción y reproducción. Una tarea crucial e ineludible a mi juicio, y en la que no hay que cejar, si consideramos que una parte integral en la violencia de género es la naturalización y la legitimación, y que éstas son significaciones que como una matriz que produce y como una matriz que moldea, son significaciones que se reproducen y proyectan en tantas otras formas de violencia que nutren el simbolismo de la masculinidad hegemónica, un simbolismo que descansa en estructuras de dominación en las que la violencia es consustancial, y que se deja sentir en la dinámica y organización económica, institucional, bélica y delincuencial.


33 Bourdieu La dominación…, 60




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